Rosa
Yo aborte
2010 Chile (nacido en Chile)
Nunca supe, antes de esto, cómo me sentiría si me pasara. No sabía si, al saber que estaba embarazada, sentiría inmediatamente que tenía adentro mío a otra persona, o no. No soy creyente en un sentido religioso, pero sí pienso mucho y siento cosas muy profundas hacia las cuestiones de la existencia. Cuando supe que estaba embarazada no tuve ninguna duda. De verdad, desde lo más hondo, sentí que no quería tener un hijo. Ninguna parte de mí dudó. Solamente pensaba que mi pareja tenía que decidir conmigo. El era, para mí, la única persona que tenía tanto derecho como yo para decidir sobre lo que nos estaba pasando. Sentí que lo que estaba adentro mío todavía era parte de mí, de nosotros, y que este derecho a decidir no tener un hijo era legítimo. La experiencia de abortar en sí misma fue muy dura. Era desesperante estar en la casa tratando de llamar por teléfono a gente muy incierta que supuestamente podría quizás ayudar. La información en internet era demasiado abundante y discrepaba. Había muchas páginas muy amenazantes con estadísticas de muertes, hemorragias, frases moralistas, juicios religiosos. Me sentía muy asustada y también enojada, la gente no puede decidir por tí algo tan grande de tu propia vida, no pueden meterse en tu cabeza o en tu conciencia como si lo que ellos creen fuera la verdad.
Tomé tres dosis de 800 mg de misoprostol con tres horas de diferencia entre cada una. Primero me informé lo mejor que pude a través de esta página y del fono aborto seguro de mi país. Por suerte mi pareja hizo lo imposible para poder estar conmigo en ese momento. Estábamos muy seguros de nuestra decisión, pero muy asustados de no saber cómo podía llegara ser la experiencia físicamente. La primera dosis, que tomé en mi casa a las 10 de la noche, tardó mucho en disolverse en la boca, unos 40 minutos. Todo ese tiempo escribí con un lápiz porque no podía hablar. Fue el momento más duro, por el miedo a los efectos que pudieran venir. Más o menos una hora después de las primeras 4 pastillas empecé a temblar y a sentir mucho frío. También estaba mareada. Me abrigué mucho y pusimos una estufa, así es que tenía la cara roja, pero mi cuerpo no dejaba de tiritar. Me castañeaban los dientes. Poco a poco esto empezó a pasar. Tenía mucha sed. Veíamos películas en la televisión y nos abrazábamos. Su cariño me daba mucha paz. Cuando vimos que el efecto no era tan terrible nos relajamos un poco y empezamos a conversar en tono más normal. Poco antes de tener que tomar la segunda dosis empecé a sangrar bastante fuerte. No era constante, sino que tenía bruscas bajadas de sangre cuando iba al baño a orinar o cuando me movía. Los efectos de la segunda dosis fueron parecidos a la primera. El sangrado se mantenía igual, muy abundante pero no tan constante, y las contracciones eran fuertes pero no tanto, muy parecido al primer día de mis reglas. Tomé un ibuprofeno y se calmaron bastante. Luego de la última dosis nos fuimos a dormir. Desperté transpirando. A la mañana siguiente tenía cosas que hacer en mi lugar de trabajo, me levanté y fui, pude desenvolverme normalmente aunque seguía teniendo a veces bajadas de sangre abundantes y con coágulos. La sangre era muy roja. Esa tarde el flujo empezó a disminuir y se convirtió en un goteo que duró unos diez días.
Terminé una relación de 4 años en septiembre del año pasado, en medio de una crisis de angustia tan fuerte que tuve que tomar remedios. Esta crisis no se debía a la ruptura sino que se relacionaba en un sentido más profundo con mi vida y mi relación con la realidad. El tiempo que vino después fue caótico en términos personales y me llevó a alejarme de muchas de las personas que conocía y a buscar trabajo en una ciudad lejana. Cuando recién empezaba a sentir que mi vida volvía a ordenarse conocí a mi actual pareja, en un viaje. El vivia muy lejos y viajo a estar conmigo por dos semanas. Tuvimos relaciones con condón, salvo una vez. Esa vez fuimos al consultorio a pedir una receta de la pastilla del día después, que me tomé antes de 24 horas después de esta relación. A pesar de estas precauciones, dos semanas después de la partida de él me hice un test de embarazo que dio positivo. Inmediatamente sentí que todo a mi alrededor de hundía. Sentí con mucha fuerza que no quería tener un hijo así. Me sentía demasiado inestable emocionalmente, sentía que había hecho todo lo que tenía a mi alcance para evitar embarazarme, sentía que no conocía a esta persona, que quería conocerlo y tener una relación con él pero no así. El necesita terminar sus estudios, no tiene una familia que lo apoye, está solo y está intentando rehacer su vida después de grandes dificultades. Sentí que nos estábamos hundiendo en petróleo, tratando de mantener la nariz afuera. Sentí que nadie podía obligarme a ser mamá de esta forma.
¿La ilegalidad del aborto afectó sus sentimientos?
Mucho. Tuve mucho miedo y sentí que era injusto. Sentí que esto me exponía a muchos riesgos, tener que comprar los medicamentos a un desconocido sin saber si podía confiar en él, tener que hacer esto en mi casa sin apoyo ni asistencia directa de ningún médico, no saber si los síntomas del proceso eran normales o no.
¿Cómo reaccionaron otras personas a tu aborto?
Elegí contarle a mi madre y a mi hermana. Yo estaba muy asustada, no conocíamos a nadie que pudiera ayudarme, pero ellas me dieron su apoyo incondicional. Tomé esta decisión junto a mi pareja, con quien acabábamos de conocernos. El estaba muy lejos y viajó para poder acompañarme. La gente a quien preguntábamos discreta y desesperadamente para tratar de informarnos sobre el tema reaccionaba muchas veces con miedo. Ofrecían darnos el teléfono de alguien que podía saber, o decían tener algún contacto para conseguir medicamentos, y luego se excusaban diciendo que no querían verse involucrados. Esto nos hizo sentir muy muy solos y perdidos. Hubo personas muy muy solidarias, como las mujeres de una organización feminista de la ciudad donde vivo, o la gente de Women on Waves, pero antes de encontrarlas me sentí atrapada y en peligro, y sentí que nadie se atrevía a ayudar.