Ani

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Yo aborté, a mis 25 años y en Chile. No es menor, es un país institucionalmente violento y mucha de esa violencia le pega más duro a las mujeres que a nadie. Es una cuestión cultural y presente en todos lados, a todas horas. Siempre he sido consciente de esa violencia, pero nunca me había sentido tan vulnerable y expuesta como cuando supe que estaba embarazada, que quería abortar y que no podía buscar apoyo médico, económico ni familiar libremente. Fue bien difícil, tortuoso en realidad. Por miedo a la clandestinidad acudí a Woman on Web, me daban miedo las pastillas clandestinas, el mercado del aborto clandestino en general. Una tía murió por abortar en Chile, mi familia no fue al funeral. Esperando las pastillas que mandaron desde la India empezó a pasar el tiempo, semanas y semanas. Cuando tenía ya 7 semanas las pastillas llegaron a Chile pero las retuvo aduanas. Esperé tres semanas más, con náuseas, con miedo, cansada, callada. Me hice una ecografia y me mostraron el feto en una pantalla enorme, me felicitaron, me celebraron. Yo sólo quería saber si el embarazo era o no ectópico, si podía o no abortar legalmente en este país tan violento, no podía. Pedí apoyo y mujeres que no conocía me dieron un kit abortivo de emergencia a través de una amiga, yo ya no podía esperar más el kit. Tomé las pastillas en mi casa, varias amigas sabían, tres vinieron a mi casa a acompañarme, dos en auto por si algo salía mal y tenía que ir a urgencias. Pase muchas horas con dolor, un dolor terrible pero que en su minuto sentí como liberador, pensé que todo iba a terminar ahí. Me sentí tan mal que falté al trabajo, mintiendo e inventando un virus a la guata. Seguí sangrando en mi casa y cuando bajó el nivel de sangre, volvieron las náuseas, esperé un par de días y fui a una ginecóloga que me dijo que no creía que hubiera resultado, me mandó a urgencias para poder confirmar o descartar complicaciones, menos mal me dijo exactamente lo que tenía que decir y que podía esperar. Aún preparada por ella nunca esperé que en urgencias me trataran tan mal. Me diagnosticaron un aborto retenido, el embrión estaba muerto pero seguía embarazada. Para llegar a ese diagnóstico tuve que dejar que tres médicos distintos me examinaran. Primero con las manos, después con un espéculo y finalmente que me hicieran la eco. Todo el tiempo estuve sola, sangrando, adolorida y pidiendo empatía. Me ordenaron con voz firme que me relajara. Si quería que me ayudaran y vieran que pasaba me tenía que relajar. Sigo pensando como me podría haber relajado en esas circunstancias. Claramente no pude relajarme, claramente todo lo que hicieron me dolió, aún así intenté no demostrar que tenía tanto miedo... ¿y si sospechaban? Me concentré en el relato que me enseñó la ginecologa: estoy embarazada, tengo miedo porque llevo algunos días sangrando y con fiebre, tengo miedo de que algo le haya pasado a la guagua, no me he hecho ninguna ecografía aún porque tengo poco tiempo y soy del sur. Me repetí mil veces la historia cuando hacían todos los exámenes para concentrarme en cualquier otra cosa que no fueran los distintos médicos que iban y me tocaban sin avisar. Fui viendo desde muy lejos como se iban cambiando los guantes ensangrentados cada cierto rato, como conversaban entre ellos sin decirme nada. Por fin se acordaron que existía, que estaba tirada ahí en una camilla en la misma pieza que ellos y me dijeron que mi guagua estaba muerta, que había muerto a las 10 semanas y 4 días. No sabía como reaccionar. Me dijeron que me tenían que hospitalizar, ese mismo día y que me iban a inducir un parto. Ese parto podría demorar entre tres y cinco días. No me lo creí al principio, me puse a llorar ahí recién. No podía creer que esa fuera la única solución, no me supe defender, no sabía qué decir. Me dijeron que el embrión tenía ya craneo, que si me iba de urgencias el cráneo del embrión me podía desgarrar el útero y me podía desangrar. Aún así me querían obligar a dar a luz... yo no entendía nada. Dejé de escuchar a la mujer que me hablaba y llamé a mi ginecóloga, le conté todo y le dije que no me quería quedar ahí, que tenía miedo y que no quería “dar a luz”, me molestaba sólo decirlo. Ella se molestó, exigió por teléfono que me hicieran exámenes para descartar septicemia, no querían hacer los exámenes porque no era urgente... yo me acordaba de la tía que murió por septicemia en urgencias y no lo podía creer. ¿Cómo no era urgente si me podía morir? Logramos que los hicieran y cuando descartamos esa posibilidad me fui de ahí casi corriendo. No quería saber más de médicos ni exámenes, me fui con el embrión muerto adentro, las náuseas y una absoluta perplejidad por lo que me había pasado. Recién al día siguiente terminé de digerir todas las estupideces que me dijeron, toda la violencia que viví en cinco horas y lo ridículo que era que no me ayudaran cuando yo se los pedía, que no me hayan tratado bien. Me acuerdo de la fuerza que puse en disaciosarme de mi cuerpo en esa camilla para sentir un poquito menos, ojalá lo hubiera logrado realmente. Mis amigas me ayudaron a conseguir más pastillas, menos mal a una le habían sobrado de su propio aborto y no tuvimos que comprar más. Repetimos todo el proceso otra vez, las mismas amigas en mi casa de nuevo. Intentamos tirar la talla, lo ridículo que era tener que hacer todo otra vez. Puse mucho de mi parte para que no me vieran tan vulnerable como me sentía, yo creo que ellas también me intentaban esconder que tenían miedo, fue todo otra vez muy doloroso. Les pedí que me hicieran masajes, cariño, me trajeran guateros, nada servía y no sabía qué más pedir o qué más hacer, lo último que quería era llorar pero no lo pude evitar. Al día siguiente ya no sangraba tanto, pero estaba segura de que no había resultado. No sé porqué estaba tan segura, nunca había visto un embrión, había sangrado mucho y había visto muchos coagulos, pero estaba segura. Otra vez a urgencias, ya me daba todo lo mismo, estaba muy cansada. Acá le pedí a una amiga distinta que me acompañara, estaba molesta de necesitar tanta ayuda y tener tanto miedo, no quería que las tres amigas que ya me habían acompañado en todo el proceso de embarazo, los dos intentos de aborto y la primera vez en urgencias me tuvieran que acompañar otra vez. En urgencias de un hospital distinto, llegué con los papeles que me habían dado en el primer hospital y después de varios exámenes físicos, otra vez las manos, el espéculo y la ecografía, ya sabía que esperar y fue mucho más fácil pensar en otra cosa, mirar el techo, hacer como que no estaba ahí pasando por todo eso otra vez. Esta vez me dijeron que tenía un aborto espontáneo, que el cuello del útero estaba dilatado. Un hombre se paró entre mis piernas y sin avisar ni preguntar metió su mano no sé para qué, me hablaba y reclamaba atención, lo tuve que mirar a los ojos aunque no quería. Encontraba profundamente violento tenerlo ahí mirándome y tocándome, no sé que me estaba diciendo pero era el único hombre en la consulta, había una enfermera y una ginecóloga más joven que le había pedido ayuda. Claramente era la figura de autoridad en la sala, si ellas lo respetaban y lo dejaban hacer todo lo que estaba haciendo, ¿qué iba a hacer yo? Lo dejé hacer sin preguntar, me arrepiento harto de no haber cuestionado nada, pero otra vez sólo veía toda la sangre que había en la sábana que me dieron para taparme un poco. Me aceptaron hacer un raspaje para que todo terminara más rápido, el médico fue muy simpático después de que me vestí, quizás ahí vestida me vio como un ser humano por primera vez. Quedé incomoda pero fui a ver los trámites para hospitalizarme, en total tenía que pagar $760.000. En Chile el sueldo mínimo es de $276.000. Yo gano $440.000. Mi papá, que es la única persona de mi familia que sabe no se demoró un segundo en ofrecer toda esa plata, pero a mí me dió asco pagar tanto. Hablé otra vez con la ginecóloga y me dijo que estuviera tranquila, que si tenía esa dilatación entonces lo estaba logrando, me dió ánimos. Pucha que lo necesitaba, me fui. Me fui super enojada, empecé a caminar despotricando con mi amiga de lo terrible de ser mujer en Chile, cada una contando sus experiencias. Me sentía físicamente bien, de hecho con más energía que en toda la semana. Estaba casi contenta. Nunca me imaginé que de la nada iba a empezar a chorrear sangre en la mitad de la calle, de día, en la plaza de armas de Santiago y tampoco me imaginé que me iba a paralizar. Inmediatamente me acordé del médico con su mano adentro y obligándome a mirarlo a los ojos... mientras pensaba en qué me había hecho mis pantalones y el suelo se llenaron de sangre, seguía sin saber qué hacer. Era de día y estaba lleno de gente, empecé a entrar en pánico con que se dieran cuenta, que pensarán que estaba abortando y me juzgaran. Aunque era verdad que había tomado la decisión de abortar y tenía la cartera llena de papeles que me diagnosticaron aborto natural y por eso no había posibilidad de terminar presa, colapsé. Menos mal la Javi supo reaccionar y de alguna forma me llevó a un baño donde me di cuenta que chorreaba sangre, que no me podía parar ni con dos toallitas nuevas sin manchar el piso porque la sangre no dejaba de caer. Llamamos a otra amiga que me fue a buscar, se demoró media hora en llegar, ese rato fue a la vez muy rápido y muy lento. Me habría encantado poder disaciosarme de lo que estaba pasando pero estuve dolorosamente presente todo el tiempo, acordándome que “mi guagua” tenía cráneo, que ese cráneo me podía perforar el útero y que me podía morir ahí mismo, en ese baño asqueroso, chico, sin mucha luz y sin confort. Mi papá me había mandado en esos días un mensaje que decía: “es una buena decisión”. Me lo cuestioné todo ahí mismo, pero ya no había nada que hacer. Cuando empecé a sentir un pito en la cabeza me preocupé y salí del baño media desmayada pero urgida por irme rápido. No quería abortar ahí, estaba desesperada por irme. Alcancé a escuchar a una mujer decir lo asqueroso que había dejado el baño, le quise pedir disculpas pero me alcanzaba justo la energía para salir de ahí. Ahora que lo pienso qué ridículo querer pedir disculpas, ella estaba viendo el mundial en un bar, celebrando, borracha y pasandola bien en un bar de mala muerte, yo estaba visiblemente débil y aún así ella me juzgó y recriminó. Me encantaría ahora encararla y exigirle empatía. Otra pelea que decidí no dar. Terminé en la calle apoyada en una pared esperando a mi amiga que venía en auto, sola mientras la Javi se fue corriendo a comprar algo dulce para que no me desmayara. Eso me lo contó después. En su minuto yo no entendí bien porque me dejaba sola aunque me lo explicó, porque la veía hablar pero no la escuchaba. Sólo escuchaba un pitido muy fuerte. Del viaje a la casa en el auto no me acuerdo mucho, lo que más recuerdo era cuestionar si era buena decisión irme a la casa mientras perdía tanta sangre, estaba segura de que tenía que ir a urgencias pero ya con dos experiencias en el cuerpo y la mente exigí irme a mi casa, no estaba dispuesta a pasar otra vez por la experiencia de urgencias. Podría haber salido todo mal, me podría haber desagrado. Siempre supe que era una posibilidad pero de todas formas me fui a mi casa. Tan terrible es la atención que te dan en urgencias que decidí arriesgarme a morir desangrada en un auto o en mi casa. Cuando llegamos salí apurada para irme al baño, en una media hora había terminado todo. Ahora ya por fin estaba segura de que había terminado el aborto. Vi la placenta, vi más sangre de la que pensé que tenía y vi el embrión. Me alegré. Estuve lo que quedaba de sábado alegre aunque débil, empezaron a llegar amigas y comimos pizza. Me dormí feliz. Al día siguiente no me podía explicar la sensación de derrota que sentía, al principio se lo atribui a la pérdida de sangre y el cansancio. Ya de noche me di el tiempo de pensar bien las cosas y me di cuenta que claro que tenía pena, que tenía rabia, que estaba frustrada. Había abortado en Chile, un país tan violento y tan misógino que persigue con cárcel a las mujeres como yo. Un país en que a las mujeres como yo se las juzga, se las ataca, se las violenta. Un país con hospitales que te dan tal nivel de terror que prefieres escapar o morir en tu casa antes de volver a pedir ayuda profesional. Un país que hoy tiene procesos judiciales abiertos en contra de mujeres que tuvieron la mala suerte de ir asustadas, adoloridas y sangrando a pedir ayuda a médicos, como yo fui dos veces, y que las acusaran y entregaran a carabineros por tener la valentía de tomar una decisión respecto a sus cuerpos y su futuro. Un país que espero que cambie pronto porque no le deseo a nadie que pasé por lo que me tocó a mí. Al menos estoy viva y hoy un poco más fuerte, contando una historia que espero no se repita nunca más porque ya basta.

2018 Chile

¿La ilegalidad del aborto afectó sus sentimientos?

Afectó mis sentimientos sentirme tan vulnerable y expuesta, no tomar una decisión sino sentirme tan vulnerable por hacerlo en Chile.

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